La Guerra social



Antecedentes: los pueblos itálicos



Los latinos fueron una de las muchas etnias que llegaron a Italia en el curso del segundo milenio aC. La antigua Roma era originalmente una aldea que se instaló en la franja costera comprendida entre el curso bajo del Tíber y el golfo de Policastro. De la zona inicial de asentamiento, los latinos se retiraron hasta controlar únicamente la región del Latium Vetus, delimitada por los ríos Tíber y Trerus, por los montes Volscos y Praenestinos y por el mar Tirreno.
 
Fue una etnia minoritaria no sólo en la Italia central sino incluso en el mismo Lacio pero, a pesar de eso, llegó a convertirse en el eje unificador de todos los pueblos de la península itálica.

El desarrollo de Roma y del Lacio empezó durante la época etrusca. Después de la caída de la Monarquía (los últimos tres reyes de Roma fueron etruscos), los latinos vencieron en Ariccia (506 aC) y Roma frustró las aspiraciones expansionistas de Etruria, al mismo tiempo que conservaba el gobierno republicano que hacía poco se había instaurado. El repliegue de los etruscos al norte del Tíber y poco después la grave derrota que sufrieron ante Siracusa en la batalla naval de Cumae (474 aC), provocaron que Etruria perdiera su condición de potencia en el Mediterráneo central.





Expansión etrusca



Al desaparecer la supremacía etrusca, se desencadenaron luchas frecuentes por la propiedad de las tierras entre Roma y las demás ciudades de la región, a las que venció en la batalla del Lago Regilo (496 aC). Roma impuso su hegemonía con el Foedus Cassianum (493 aC), una alianza firmada con la Liga Latina (la confederación que habían creado las aldeas y tribus latinas para asegurar su mutua defensa) por la que los ejércitos romano y latino se unirían para garantizar la protección de las tribus itálicas, se repartirían los botines de guerra, promoverían colonias conjuntas en los territorios conquistados y establecerían entre los ciudadanos de Roma y los de las poblaciones latinas una comunidad de derechos.
 
Este tratado fortaleció todavía más la posición de Roma, que añadió al ejército de la aún endeble República el poder militar de sus vecinos. A pesar de todo, la alianza no fue suficiente para instaurar un clima de confianza y las ciudades del Lacio intentaron repetidamente librarse de la superioridad de Roma y de los abusivos pactos que les imponía.

Antes de conseguir dominar toda la región del Lacio, Roma tuvo que hacer frente a un repentino conflicto bélico. A principios del siglo IV aC, una expedición gala atravesó los Apeninos y se dirigió hacia Roma. Sembrando el terror y destruyendo todo lo que encontraban a su paso, los galos fueron interceptados cerca del río Alia, donde derrotaron al ejército romano y continuaron su avance hasta la misma ciudad de Roma (387 aC).
 
Los supervivientes de las falanges huyeron a Roma vencidos por el pánico y junto a la población se refugiaron en la colina capitolina. El resto de la ciudad fue saqueado y destruído. Probablemente por no estar preparados para un asedio y por la aparición de un brote epidémico, se llegó a un acuerdo por el que los romanos aceptaron pagar una fuerte indemnización.
 
El final paccionado de los enfrentamientos con los galos y el paréntesis de calma después de las primeras fases de la guerra en el Lacio (las Guerras Latinas no finalizaron hasta el año 338 aC, después de la Primera Guerra Samnita) no representaron para Roma consolidar un período de paz. Ante el creciente poder de la República, que ya controlaba todo el territorio del Lacio, los samnitas se opusieron a la pujanza de esa potencia emergente: las Guerras Samnitas y las luchas contra Pirro de Épiro mantuvieron a Roma envuelta en continuos conflictos.





Localización de los diferentes pueblos de la península itálica




Las Guerras Samnitas



Por razones que no se conocen con certeza, Praeneste denunció el Foedus Cassianum y apoyada por volscos, ecuos, faliscos y etruscos se levantó nuevamente en armas contra Roma (383 aC). A pesar de la escasez de fuerzas romanas, los praenestinos fueron derotados y algunas ciudades aliadas fueron absorbidas por la República romana (381 aC).

Las victorias romanas continuaron sucediéndose, pero la República había puesto en su contra a muchos de los que hasta entonces habían sido sus aliados en la lucha contra sus enemigos comunes. Las ciudades más importantes del Latium (Praeneste, Tibur) acabaron perdiendo su libertad, por lo que se armaron repetidamente contra Roma; otras poblaciones importantes como Tusculum, que había sido severamente castigada, acudieron en su ayuda: sólo quedaron del lado de Roma localidades como Norba y Signia y un pequeño número de aldeas menores de escasa importancia.

  • Primera Guerra Samnita (343-341 aC). Roma y la Federación Samnita se enfrentaron por el control de la Campania septentrional. A consecuencia de una alianza entre Roma y Capua, los samnitas asediaron esta última población, pero fueron repelidos por Roma. Los romanos vencieron en las batallas del Monte Gauro (342 aC) y de Suessula (341 aC), pero tuvieron que retirarse de la guerra antes de acabar con el conflicto debido a la revuelta de varios de sus antiguos aliados en la Segunda Guerra Latina. Aunque el enfrentamiento no condujo a nada definitivo, permitió a los romanos inmiscuirse en los asuntos internos de una zona rica y poblada y tomar Capua, la mayor y más próspera ciudad de la región, centro de una tupida red de relaciones comerciales con otras ciudades que, a raiz de ello, pasaron a estar en la órbita de Roma.
Preocupados por esta nueva fase de expansión romana hacia el sur, los latinos decidieron intervenir y con el apoyo de algunas ciudades campanas se enfrentaron nuevamente a Roma (340 aC). Las fuerzas latino-campanas fueron derrotadas y diezmadas por los romanos en las batallas del Vesubio (339 aC) y de Trifanum (338 aC), que pusieron fin a las Guerras Latinas.
A partir de ese momento, las ciudades del Lacio dejaron de existir como entidades políticas autónomas y su historia se confunde con la de Roma.

  • Segunda Guerra Samnita (327-302 aC). Los samnitas interpretaron como casus belli tanto el apoyo que Roma brindó a la ciudad de Neapolis, amenazada por los samnitas, como la fortificación de Fregellae, que hasta ese momento había delimitado la frontera entre ambos pueblos (328 aC). Si en un primer momento los romanos trataron de cercar el territorio samnita, en 321 aC los samnitas capturaron al completo un ejército romano en las Horcas Caudinas.
Tras desarmar a todos los soldados y a sus mandos, los romanos fueron sometidos a condiciones humillantes: sólo pudieron salvar la vida tras inclinarse uno a uno ante los samnitas.
En 316 aC Roma reanudó las hostilidades, pero fue de nuevo derrotada en la batalla de Lautulae (315 aC).
Tras construir la Via Appia, que comunicaba Roma con Capua, y al tiempo que fundaban colonias a lo largo de su recorrido con el fin de encerrar a los samnitas dentro de su territorio, los romanos vencieron a los etruscos (aliados samnitas desde el 311 aC) en la batalla del Lago Vadimo (310 aC). 
Finalmente, tras un avance a través de Apulia, los romanos tomaron Bovianum, la capital samnita.
El fin de la guerra supuso para Roma el control de la Campania y la renuncia por parte de la Liga samnita a toda expansión territorial.

  • Tercera Guerra Samnita (299-290 aC). Para enfrentarse a Roma, los samnitas se aliaron con etruscos, sabinos, lucanos, umbros y con las tribus galas del norte de Italia. Roma obtuvo victorias por separado frente a todos ellos y reocupó Bovianum (298 aC) para derrotarlos completamente en la batalla de Sentinum (295 aC). Como resultado de su rendición en 290 aC, los samnitas fueron sometidos y dejaron a Roma el camino expedito para concentrar sus esfuerzos en el sur de la península itálica.

De una u otra forma, los samnitas siguieron resistiéndose al dominio romano y se aliaron con los enemigos de Roma siempre que tuvieron ocasión: primero con Pirro de Épiro durante las Guerras Pírricas; después, con Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica y posteriormente, con otros pueblos latinos en la revuelta conocida como la Guerra Social.





Las Guerras Pírricas



Con la intención de dar respuesta a la beligerancia de Roma, que le había declarado la guerra, la ciudad de Tarento envió una embajada a Pirro de Épiro para rogarle que cruzara el mar Jónico y la defendiera de los romanos (281 aC). Para persuadirle, ponía a su disposición un importante contingente de soldados y la colaboración de todos los pueblos del sur de Italia.
 
Pirro viajó a Tarento en 280 aC y aunque todavía no había recibido los refuerzos prometidos, atacó a los romanos con sus propias tropas y las de los tarentinos.
 
Dispuso su ejército entre las ciudades de Pandosia y Heraclea y derrotó al ejército consular romano, comandado por Publio Valerio Levino. La victoria de Pirro causó un gran número de bajas y trajo consigo notables consecuencias: los aliados de Pirro, que hasta entonces se habían mantenido a una prudente distancia, se unieron al rey e incluso varios súbditos de Roma abandonaron su causa. Consiguió ganarse a brucios, lucanos y samnitas. Pero su victoria había sido costosa y la experiencia de la última batalla le mostró las dificultades que podía encontrarse en su objetivo de conquistar Roma.
 
Consciente de esa dificultad, envió a su ministro Cineas a Roma con propuestas de paz, mientras él reunía las fuerzas de sus aliados y marchaba lentamente hacia la Italia central. De regreso, Cineas hizo saber a Pirro que no podía esperar ningún resultado por la vía diplomática y, en consecuencia, el rey decidió continuar la guerra. Avanzó hacia Roma, saqueando los terrenos de los aliados romanos en su camino. Se hallaba a sólo 35 km de Roma, por lo que una nueva jornada de marcha le habría conducido hasta las murallas de la ciudad. En ese momento fue informado de que Roma había firmado la paz con los etruscos y de que el otro cónsul, Tiberio Coruncanio, había regresado con su ejército a la ciudad. Con la noticia Pirro frenó su avance y dio por perdidas las esperanzas de acordar la paz con los romanos: decidió entonces retroceder lentamente a Campania, retirarse a sus cuarteles de invierno en Tarento e interrumpir la guerra.
 
Los enfrentamientos se reemprendieron el año siguiente en Apulia, librándose la batalla final en Asculum (279 aC). El primer encuentro tuvo lugar en una zona donde la naturaleza desigual del terreno complicaba los movimientos de la falange y daba ventaja a los romanos; sin embargo, Pirro maniobró hasta conducir a sus enemigos a terreno llano y los romanos fueron derrotados. A pesar de todo, esta victoria no concedió ventaja alguna a Pirro, que se vio obligado de nuevo a retirarse a Tarento para pasar el invierno.
 
Recibió entonces dos embajadas procedentes de Siracusa.
La ciudad se encontraba indefensa ante una invasión púnica y, tras una larga guerra civil, los generales de los dos bandos enfrentados buscaban el apoyo de Pirro.
Esta empresa parecía más sencilla que aquella en la que se encontraba embarcado pero requería antes suspender las hostilidades con los romanos, que también deseaban liberarse de un adversario tan incómodo para completar la ocupación del sur de Italia sin interrupciones.
Dado que ambos contendientes compartían deseos comunes, llegaron a un acuerdo para suspender la guerra.
 
Desde Siracusa Pirro regresó a Italia en otoño de 276 aC. Recuperó Locri, que se había pasado a los romanos, pero la batalla de Beneventum en 274 aC representó el final de la carrera militar de Pirro en Italia y tuvo que regresar a Épiro.
 

 

Pirro en la península itálica




La Segunda Guerra Púnica


Tras el desgaste que había supuesto la Primera Guerra Púnica (264-241 aC), los cartagineses no sólo habían sufrido graves pérdidas económicas sino que habían tenido que aceptar unas costosas condiciones de rendición. 

Para mejorar su debilitada economía, Cartago dirigió su mirada a la península ibérica con el fin de encontrar una fuente alternativa a los recursos que le habían proporcionado los territorios de Sicilia y Cerdeña, perdidos en beneficio de Roma.

La expedición fue comandada por Amílcar Barca y, después, por su yerno Asdrúbal el Bello que, al mando del ejército, fundó Qart Hadasht (Carthago Nova), estableció alianzas con las tribus del sudeste peninsular y emprendió acciones militares para controlar los territorios interiores de la Meseta central. A su muerte (221 aC), le sucedió Aníbal Barca, que continuó el despliegue hasta la batalla del Tajo (220 aC). Con la victoria, los cartagineses aseguraban la retaguardia antes de emprender su expedición contra Roma y conseguían un buen número de prisioneros de guerra y de reservas de grano para su avituallamiento.





Campañas de Aníbal en Iberia




Los enfrentamientos iniciados entre turbolitanos, aliados de Cartago, y Saguntum, ubicada en los límites de influencia fenicia pero aliada de Roma, fueron el preludio de una guerra que estalló tras la conquista cartaginesa de esta última ciudad (219 aC). Tras ocho meses de asedio sin que llegara la ayuda de Roma, que había priorizado controlar una revuelta en Iliria, Saguntum no resistió.
 
En los planes de Aníbal, la conquista de Sagunto era fundamental: la ciudad era una de las más fortificadas de la región y resultaba arriesgado dejarla bajo control romano. Aníbal también esperaba que con el saqueo mantendría satisfecho a su ejército y obtendría botín suficiente para seguir camino de Roma.
 
Los cartagineses partieron de Iberia con un ejército de 100.000 hombres y, tras atravesar la Galia Narbonense y cruzar los Alpes a mediados de otoño, llegaron al norte de Italia en primavera de 218 aC.
 
Publio Cornelio Escipión intentó atacar, pero un destacamento de jinetes númidas al mando de Maharbal les rechazó en una escaramuza a orillas del río Ticinus. Escipión, que salvó la vida gracias al valor de su hijo de 17 años (el que sería conocido después como Escipión el Africano), se retiró a Placentia para defender el paso del río Po. Aníbal cruzó el río y le ofreció entrar en batalla. Comprendiendo la superioridad de la caballería cartaginesa, Escipión rechazó la batalla y decidió retirarse al otro lado del río Trebia, afluente del Po, a la espera del segundo ejército consular que comandaba Tiberio Sempronio Longo. Desoyendo los consejos de Escipión, Tiberio Sempronio Longo impuso su criterio y ordenó entrar en combate. Los cartagineses vencieron y, con la victoria, Aníbal tomó el control del norte de Italia.
 
Al año siguiente, siendo cónsul Gayo Flaminio, los romanos prepararon una emboscada al ejército cartaginés. Aníbal fue informado de las posiciones romanas y las evitó atravesando una región pantanosa que le garantizaba una marcha directa hacia Roma. El cónsul, sorprendido por la decisión, se vio obligado a perseguirle y se enfrentó a Aníbal en el Lago Trasimeno, donde las tropas romanas fueron cercadas y vencidas de nuevo. A pesar de la victoria y de la petición de sus generales, Aníbal, que había perdido la visión en uno de sus ojos, decidió no asediar la ciudad de Roma y prefirió debilitar la resistencia romana destruyendo su ejército una y otra vez. Para ello, se dirigió hacia el sur de Italia con la esperanza de incitar una rebelión entre las ciudades griegas del sur y reunir mayores recursos económicos para vencer a los romanos.
 
Mientras tanto, Fabio Máximo fue nombrado dictador. Una de sus primeras decisiones fue el cambio de estrategia militar: ordenó evitar los enfrentamientos directos y, en su lugar, concentrar todos los esfuerzos en cortar la línea de suministros de Aníbal.
 
Al año siguiente fue reemplazado por los cónsules Emilio Paulo y Terencio Varrón, quienes reclutaron un gran ejército para enfrentarse al de Aníbal en la batalla de Cannae (216 aC).
 
Aníbal permitió a sus tropas retroceder por el centro, doblándose en forma de U y aprovechando que sus jinetes eran superiores a la caballería romana, obligó a esta última a retirarse y en una hábil maniobra rodeó a las legiones hasta aniquilarlas por completo.
 
Durante los tres años siguientes se unieron a la causa cartaginesa las ciudades de Capua, Siracusa y Tarento. Además, Aníbal logró una alianza con el rey Filipo V de Macedonia (217 aC) que provocó el comienzo de la Primera Guera Macedónica.
 
En Roma, cundió el pánico y los romanos empezaron a valorar las tácticas de Fabio, que fue reelegido cónsul en 215 y 214 aC.
 




La Segunda Guerra Púnica




Cerdeña

Los romanos habían estado enfrentados durante años con las poblaciones de Cerdeña. En 216 aC, la única legión estacionada en la isla había quedado diezmada por las enfermedades y el ejército se financiaba con impuestos que recaían sobre la población nativa. El descontento hizo que la población solicitara ayuda a Cartago, que envió un oficial con órdenes de financiar la revuelta. Asdrúbal el Calvo fue designado comandante de esta misión y en 215 aC desembarcó en la isla, donde fue derrotado por los romanos en la batalla de Cornus.
 
Sicilia

En 212 aC, Siracusa decidió romper el tratado de alianza con Roma y ponerse de parte de Cartago. Los cartagineses prometieron cederles el dominio de toda Sicilia a cambio de ayuda para vencer a Roma. Los romanos les declararon la guerra y enviaron al cónsul Marco Claudio Marcelo con cuatro legiones y una flota. La incapacidad de los cartagineses para hacer llegar la ayuda a Siracusa provocó la caída de la ciudad y permitió a los romanos restablecer y ampliar su dominio en Sicilia y, con ello, contar con una ingente fuente de aprovisionamiento de cereal.
 
Iberia

Tras la batalla de Dertosa (215 aC), los romanos habían asegurado sus asentamientos al norte del río Ebro. A partir de entonces se esforzaron por conseguir la lealtad de las tribus iberas y por adentrarse poco a poco en territorio cartaginés al sur del río.

A diferencia de Cneo y Publio Escipión, que no recibieron refuerzos de Roma debido a las dificultades que la República estaba teniendo en su territorio por la presión de Aníbal, Asdrúbal había recibido dos nuevos ejércitos, comandados por su hermano Magón y por Asdrúbal Giscón.

Cneo y Publio Escipión habían logrado persuadir al rey de Numidia, Sífax, para que iniciase las hostilidades contra Cartago (213 aC). Sin embargo, la estabilidad en la península ibérica permitió a Asdrúbal Barca desplazarse hasta África para sofocar la rebelión y regresar a Iberia a finales de 212 aC con otros 3.000 númidas bajo el mando de Masinisa, que sería el futuro rey de Numidia.

Los hermanos Escipión contrataron a varios miles de mercenarios celtíberos y al observar que los ejércitos cartagineses se habían dispersado y estaban asentados en lugares diferentes, planearon dividir sus fuerzas y atacar por separado. Con pocos días de diferencia, Publio atacó a Magón Barca cerca de Cástulo y Cneo atacó a Asdrúbal Barca en la batalla de Ilorci (212 aC).

Tras la muerte de ambos, Roma comprendió que era necesario desalojar a los cartagineses de Iberia para evitar una nueva invasión de Roma.

La República confió la tarea a Publio Cornelio Escipión, el futuro Africanus, que ya tenía 25 años de edad. En 209 aC, aprovechando que los cartagineses estaban diseminados por toda la zona sudoriental de Iberia, tomó Carthago Nova en una audaz y brillante maniobra estratégica, derrotó a Asdrúbal Barca en Baecula (208 aC) y después a Magón y Asdrúbal Giscón en la batalla de Ilipa (206 aC), que resultaría decisiva en la retirada cartaginesa de la península ibérica.
 
BAECULA. Después de la derrota de Baecula, Asdrúbal Barca y los restos de su ejército se dirigieron a Italia con el fin de reunirse con Aníbal.

En Italia, mientras tanto, los romanos decidieron tomar la iniciativa y enviaron un gran ejército a sitiar la ciudad de Capua.

Aníbal obligó a los romanos a levantar el sitio, pero no pudo permanecer en la ciudad y tuvo que abandonar por falta de suministros.

Después de que Aníbal se hubiera retirado, los romanos lograron sitiar de nuevo la ciudad. Todos los ataques de Aníbal para recuperarla fueron repelidos. Aníbal decidió entonces dirigirse a Roma y provocar el repliegue de las legiones para defender la plaza, con lo que indirectamente conseguía también el objetivo de levantar el sitio de Capua.

Llegó a las puertas de la ciudad, pero las potentes fortificaciones y la presencia en ella de cuatro legiones le hicieron desistir del empeño. Además, las legiones que sitiaban Capua no se movieron de sus puestos, con lo que finalmente la ciudad no resistió y fue tomada por la República.
 
La caída de Capua facilitó a los romanos la reconquista de las principales ciudades de Italia meridional controladas por los cartagineses, entre ellas Tarento, en la que Fabio Máximo redujo a esclavitud a buena parte de sus habitantes.
 
Cuando Asdrúbal llegó a la Galia Cisalpina, intentó reunirse con Aníbal en la zona de Umbría, en Italia central. Sin embargo, los correos cayeron en manos del cónsul Claudio Nerón, que en aquel momento luchaba contra Aníbal en el sur de Italia. Los romanos desplazaron parte del contingente del sur al mando de Claudio Nerón y lo reunieron con las legiones consulares del norte al mando del otro cónsul, Livio Salinator, reforzadas con las del pretor en la Galia, Lucio Porcio Licinio. Asdrúbal fue derrotado en la batalla de Metauro, donde perdió la vida.
 
Enterado de la muerte de su hermano y del aniquilamiento de su ejército, Aníbal decidió abandonar sus posiciones en Lucania y replegarse en el Brucio, en el extremo suroccidental de la península itálica.
 

ILIPA. Después de que Asdrúbal Barca partiera hacia Italia, Escipión logró atraer hacia sí diversas tribus iberas y derrotó repetidamente a los cartagineses, que quedaron concentrados en el valle del Guadalquivir. La batalla de Ilipa (206 aC) supuso la definitiva expulsión de los cartagineses de la península ibérica.

Después de la derrota, Asdrúbal Giscón regresó a África y Magón reunió lo que quedaba de sus tropas en Gadir y partió rumbo a las islas Baleares (aún bajo el control de Cartago), desde donde continuó hacia Genua para unirse al ejército desplegado en Italia. 

Magón desembarcó en 205 aC y trató de ayudar a su hermano Aníbal, pero fue derrotado en 203 aC muriendo pocos meses después.

Tras la batalla de Ilipa y las que le siguieron, los romanos se apoderaron para siempre de las últimas ciudades iberas que quedaban bajo control cartaginés


África

Al año siguiente de la conquista de Iberia, Escipión fue elegido cónsul (205 aC) y decidió atacar directamente la ciudad de Cartago.

Una vez en África (204 aC), los romanos encontraron un aliado que resultaría decisivo: Masinisa, rey nominal de Numidia Oriental, despojado de su trono por Sífax, rey de Numidia Occidental y aliado de Cartago.
 
Escipión sitió Útica pero fue obligado a retirarse a causa de la intervención conjunta de los ejércitos de Sífax (númidas) y Asdrúbal Giscón (cartagineses) .
 
En primavera de 203 aC los romanos iniciaron un nuevo ataque y lograron poner sitio a la ciudad de Útica por segunda vez. Los cartagineses y los númidas reunieron sus últimas reservas para enfrentarse a Escipión. La batalla de Magni Campi finalizó con victoria romana, con la expulsión de Sífax del trono de Numidia y con el inicio de negociaciones de paz con Cartago. Aníbal fue requerido para que regresara de Italia.
 
Sin embargo, la llegada de las tropas cartaginesas de Aníbal y Magón a África rompió el principio de acuerdo y la guerra volvió a empezar.

Escipión logró la colaboración de Masinisa, que le proporcionó tropas auxiliares y apoyo militar. Aníbal desembarcó en Leptis Minor y ambos se disputaron la victoria en la batalla de Zama (202 aC) que representó la primera gran derrota de Aníbal en su carrera militar.

Condiciones impuestas por Roma a Cartago:
 
          1. pérdida de todas las posesiones ubicadas fuera del continente africano; 
          2. prohibición de declarar nuevas guerras sin el permiso de Roma; 
          3. obligación de entregar toda la flota militar; 
          4. reconocimiento de Masinisa como rey de Numidia;
          5. aceptación de las fronteras entre Numidia y Cartago que Masinisa determinase; 
          6. pago de 10.000 talentos de plata en 50 años (aproximadamente 260.000 kg); 
          7. mantenimiento de las tropas romanas en África durante tres meses; 
          8. entrega de 100 rehenes escogidos por Escipión como garantía del cumplimiento del tratado. 
Aníbal aceptó las condiciones y el tratado fue ratificado en 201 aC.




La Guerra Social



La victoria en las guerras samnitas permitió a Roma lograr el control de toda la península. Este dominio se tradujo en un conjunto de alianzas entre Roma y las ciudades itálicas en condiciones más o menos favorables en función de si la ciudad se había aliado con Roma de forma voluntaria o si había sido sometida a causa de la derrota en el campo de batalla. Estas ciudades eran teóricamente independientes, pero en la práctica Roma tenía el control virtual de su política exterior y el derecho de exigirles el pago de tributos y la aportación al ejército de un cierto contingente de soldados (en el siglo II aC los pueblos itálicos contribuyeron con un número de hombres que se suele fijar entre la mitad y los dos tercios del total del ejército).
 
Si se excluye el período de la Segunda Guerra Púnica, durante el cual Aníbal tuvo un éxito relativo para seducir algunas poblaciones itálicas y enfrentarlas a Roma, en general, la mayoría de ellas se avinieron a mantener la condición de clientes a cambio de autonomía local.
 
No obstante, las políticas impulsadas por Roma en el ámbito de la distribución de tierras dio lugar a una gran desigualdad.
 
Algunas iniciativas habían intentado enmendar lo que los itálicos consideraban un desequilibrio entre su contribución a la fuerza militar de Roma y las concesiones que recibían a cambio en el reparto de tierras y en la adquisición de la ciudadanía romana.
 
Estos esfuerzos llegaron a su nivel más alto con el impulso de Marco Livio Druso (91 aC). Sus reformas hubieran concedido la ciudadanía romana a los aliados y con ello una mayor participación en la política exterior de la República, pero la respuesta de la élite senatorial romana a las propuestas de Druso fue de rechazo y, tras su asesinato, toda Italia intentó declararse independiente de Roma y se desató la guerra.





Expansión romana en Italia





Localización de los pueblos itálicos. Lenguas prerromanas

Ya en 95 aC, tras unos años de paz relativa, la aprobación de la Lex Licinia Mucia había provocado un fuerte malestar entre los itálicos. Propuesta por los cónsules Lucio Licinio Craso y Quinto Mucio Escévola, la ley representaba una reacción ante la adquisición fraudulenta de la ciudadanía romana y devolvía al régimen legal que les correspondiera según sus orígenes a quienes se vieran privados de ella.

La revuelta, llamada Guerra Mársica o Guerra Social, empezó en otoño de 91 aC y tuvo como detonante el asesinato de Marco Livio Druso.

Elegido tribuno de la plebe en 92 aC, Druso intentó adoptar una serie de medidas populistas que agravaron el enfrentamiento: de un lado, quiso utilizar la fuerza de la plebe para devolver al Senado su papel tradicional en la política romana y, al mismo tiempo, ante las crecientes exigencias de los itálicos, desplegar toda su energía para obtener compromisos de estabilidad entre dichos pueblos y el propio Senado.

Con el apoyo de una parte de la clase senatorial, Druso inició su tribunado con varias reformas, tras las que se escondía el propósito de sumar esfuerzos y de encontrar fórmulas de acercamiento: 
        • Para granjearse el favor popular, Druso propició la lex Livia frumentaria que preveía distribuciones de trigo entre la plebe a precios muy bajos.
        • I para contentar a los pueblos itálicos, les prometió la ciudadanía a cambio de que corriesen con los gastos de una nueva distribución de tierras. Con esta finalidad, elaboró una ley agraria, por la que aquellos pueblos cedían territorios del ager publicus que ocupaban desde la época de los Gracos (principalmente en Etruria y Umbría) e intentó aprobar la lex Livia de sociis que les concedía la ciudadanía romana a modo de compensación para lograr la estabilidad.

Pero la extensión de la ciudadanía a los itálicos (muy superiores en número a los romanos) hubiera significado una reestructuración de las instituciones y la introducción de una serie de cambios administrativos y políticos que no podían ser adoptados sin riesgo, por lo que la mayor parte de la oligarquía romana los rechazó y la ley no fue aprobada.

A partir de ese momento la tensión se disparó y después, cuando probablemente a instancia del Senado Druso fue asesinado, estalló la guerra.

Las comunidades itálicas sublevadas fueron en el sur, los samnitas, lucanos, hirpinos, frentanos, pompeyanos y campanos, al mando de los cuales se situó Gaius Papius Mutilus, principal promotor y organizador del levantamiento; en el norte los marsos, picenos, vestinos, pelignos y marrucinos, comandados por Quintus Poppaedius Silo. También se unieron a la causa gran parte de los galos transpadanos y, aunque por poco tiempo, etruscos y umbros. 

Mandos y oficiales del contingente aliado:

  • Titus Lafrenius fue comandante del grupo mársico hasta su muerte en combate en 90 aC. Fue sucedido por Fraucus, fallecido también en acción de combate.
  • Titus Vettius Scato comandó los pelignos hasta que se suicidó en 88 aC.
  • Gaius Pontidius estuvo al frente de los vestinos hasta 89 aC.
  • Herius Asinius comandó los marrucinos hasta su muerte en 89 aC. Fue sucedido por Obsidius, también fallecido en combate.
  • Gaius Vidacilius comandó los picentinos hasta 89 aC, cuando se suicidó.
  • Publius Praesentius probablemente dirigió los frentanos.
  • Numerius Lucilius dirigió los hirpinos hasta 89 aC.
  • Lucius Cluentius comandó los pompeyanos en 89 aC, cuando halló la muerte en acción.
  • Titus Herenius dirigió probablemente los venusinos durante toda la guerra.
  • Trebatius pudo haber comandado los Iapigios durante la contienda.
  • Marcus Lamponius comandó los lucanos.
  • Marius Egnatius dirigió a los samnitas hasta su muerte en 88 aC. Fue sucedido por Pontius Telesinus, que también perdió la vida en acción ese mismo año.

Los pueblos enfrentados a Roma y unidos por la alianza (socii) se declararon independientes, crearon su propio senado y acuñaron moneda común. La nueva república fue llamada Italia y situó su capital en Corfinium, al este de Roma.

Los conflictos comenzaron en Asculum a finales del año 91 aC cuando, reciente aún el asesinato de Druso, la multitud enardecida dio muerte a una embajada de Roma encabezada por el pretor Q. Servilius. La violencia se extendió a todos los habitantes romanos de aquella ciudad.

La rebelión se propagó rápidamente, alentada por la actitud del Senado romano que, a poco de iniciado el conflicto, promulgó la Lex Varia (90 aC), por la que creaba un tribunal de alta traición para investigar las responsabilidades de los que habían inducido a los itálicos a la guerra y que, lógicamente, fueron localizados entre los que habían sido partidarios de Druso.

Durante la primera fase de la guerra, se sucedieron diversas derrotas romanas. Para revertir la situación, en 90 aC el Senado hizo llamar a Mario y lo situó al frente de los ejércitos del Norte. Pompeyo Estrabón (padre de Pompeyo Magno), actuó en el Piceno y L. Cornelio Sila en el Samnio.

Aunque breve, la guerra fue devastadora, tanto por el tamaño de los ejércitos enfrentados como por la dureza de las operaciones. El número de muertos fue elevadísimo y muchas ciudades quedaron totalmente destruídas.

El avance de la guerra sólo se detuvo cuando el Senado cedió y aprobó la Lex Iulia de civitate (90 aC). Esta ley fue presentada por L. Iulius Caesar y concedía la ciudadanía romana a los itálicos que habían permanecido fieles a Roma (las colonias latinas) así como a todos aquellos que, no habiéndolo sido, habían depuesto las armas o las depusieran en un breve plazo de tiempo.

Estas concesiones rompieron la unidad de los aliados itálicos y, de hecho, la mayor parte de los rebeldes se acogió a las medidas.

Poco tiempo después, la Lex Plautia Papiria (89 aC) perfeccionó la inserción de los nuevos ciudadanos, incorporando soluciones de carácter técnico-político y ampliando el derecho a la ciudadanía a prácticamente la totalidad de los pueblos itálicos, a los galos transpadanos y a determinados aliados que se habían distinguido durante la contienda.

Sólo los samnitas quedaron al margen, puesto que continuaron luchando en solitario hasta el año 82 aC.

En esa fecha, habiendo salido en ayuda de Mario en su confrontación civil contra Sila, los samnitas se vieron envueltos en un enfrentamiento en las puertas de Roma. Bajo las órdenes de Pontius Telesinus atacaron al ejército de Sila en la Puerta Collina y tras una dura batalla, Sila se alzó con la victoria poniendo fin simultáneamente a la Guerra Social y a la Primera Guerra civil de la República.

Por supuesto, la resolución de los problemas que implicaba la nueva situación, el proceso de reorganización política, la designación de nuevos cargos, la adaptación de las instituciones autóctonas a las romanas y los cambios indispensables para aproximar sensibilidades tan diferentes, no se lograron con facilidad y sólo quedaron resueltos en toda Italia en el año 49 aC con Julio César.



Emisiones monetarias: cecas y leyendas





Campana 59 (A)
Durante la guerra, los pueblos confederados acuñaron moneda. Las emisiones fueron básicamente acuñaciones en plata con tamaño y peso similares al denario.

Las primeras en circular fueron copias de los denarios romanos, aunque poco a poco consiguieron desprenderse de esa influencia y acabaron incorporando diseños originales propios.

La principal diferencia respecto a los denarios emitidos por el Senado se encuentra en la desaparición de la cabeza de Roma del anverso, que fue sustituída por el busto de Italia, emblema de los sublevados.


Campana 83s (R)
Muy probablemente no hubo una ceca central, pues las leyendas de los nuevos denarios (unas en latín y otras en osco) demuestran pluralidad de emisiones procedentes de las distintas zonas ocupadas por las comunidades que formaban la confederación.

Aunque no existe certeza absoluta, se suele aceptar que los denarios con leyenda en osco fueron acuñados en Bovianum y Aesernia, mientras que los denarios con leyenda en latín se acuñaron en la localidad de Corfinium.